lunes , 2 junio 2025

Carta del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara: ‘La ascensión del Señor’

Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.

La Ascensión del Señor no es un viaje en el espacio. Jesús crucificado y resucitado no se aleja, sino que está cerca de cada uno de nosotros para siempre.

La Ascensión del Señor no se identifica con su separación o distanciamiento, sino que inaugura un nuevo tipo de cercanía. Jesús asciende para vivir continuamente presente. Nos asegura que no está lejos y que hemos de anhelar su regreso definitivo cuando vuelva en la gloria.

Según san Buenaventura, quien espera “debe levantar la cabeza, girando hacia lo alto sus propios pensamientos, hacia la altura de nuestra existencia, es decir hacia Dios. Debe alzar sus ojos para percibir todas las dimensiones de la realidad. Debe  alzar su corazón disponiendo su sentimiento por el sumo amor y por todos sus reflejos en este mundo. Debe también mover sus manos en el trabajo”.

Contemplar el cielo no significa olvidar la tierra. No somos auténticos cristianos si nos desentendemos de la historia, de la creación y de los hermanos. La contemplación cristiana no nos separa del compromiso histórico. Llega la hora exigente del testimonio y de la responsabilidad.

Para Jesús, ascender es servir. Como nos enseña san Pablo, Cristo no retiene ávidamente el ser igual a Dios, sino que, siendo de condición divina, se despoja de sí mismo, toma la condición de siervo y se hace en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Es reconocido como hombre por su presencia. Se humilla. Se hace obediente hasta la muerte en cruz. Y, por eso, el Padre lo exalta sobre todo y le concede el Nombre-sobre-todo-nombre. Ante Jesucristo, doblamos nuestra  rodilla y nuestra lengua proclama que es “Señor, para gloria de Dios Padre” (cf. Flp 2,6-11).

La alegría que suscita en nosotros la Ascensión del Señor, se traduce en gestos de fraternidad, alabanza y gratitud.

Julián Ruiz Martorell

Jesucristo retorna a la casa del Padre para prepararnos una morada. Su camino es signo y anuncio de la esperanza de la Iglesia. El que recorrió los caminos de Palestina haciendo el bien, curando a los enfermos y a los oprimidos por el mal; el que ascendió la senda del Calvario, cargado con el peso de todos nuestros males; el que envió a las mujeres a rehacer sus pasos para anunciar a los discípulos que el sepulcro estaba vacío, ahora nos indica definitivamente nuestro destino.

Con Él, nosotros sabemos desde entonces que nuestro caminar cotidiano tiene una meta; que nuestros pasos no son un vagar sin rumbo por las sendas de la vida. El itinerario está trazado porque es Dios mismo quien lo ha recorrido por nosotros.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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