El Heraldo del Henares
Decía mi abuela que no se puede confundir la velocidad con el tocino. A buen seguro, no conocía al presidente de la Confederación Hidrográfica del Tajo (CHT), pero estoy convencido de que le habría reservado esta joya del refranero.
Resulta que los alcaldes firmantes del Manifiesto solicitamos una cosa muy concreta, clarísima, sin margen a la libre interpretación: una reunión en Guadalajara, con el presidente de la CHT y los comisarios de aguas, todos juntos, sin fraccionamientos ni juegos de sombras. Una mesa común, diálogo transparente y responsable. Parece sencillo, ¿no?
Pues bien, tras 21 días de espera (sí, tres semanas como tres soles), recibimos una respuesta que, lejos de atender lo solicitado, propone todo lo contrario: reuniones por separado, una a una, pueblo a pueblo. Algo así como si uno va a un bar y pide un refresco de cola y, 50 minutos más tarde, el camarero aparece triunfante con una cerveza caliente. No solo no es lo que se pidió, sino que el retraso convierte la respuesta en una broma de mal gusto.
La estrategia de la CHT parece inspirada directamente en el manual de «Divide y vencerás», versión institucional siglo XIX, donde aún creen que la dispersión es sinónimo de eficiencia. Penoso. Lamentable. Si el presidente de la CHT necesita tres semanas para responder así, con una «no propuesta» revestida de buena voluntad burocrática, debería dimitir. Sin más. Una institución centenaria no puede permitirse una gestión con aroma a naftalina y reflejos de otra época.
Por otro lado, en la respuesta que nos traslada la Sra. Subdelegada, el Sr. Presidente de la CHT deja caer que habría ya algún pueblo que ha solicitado reunión por su parte de forma individual. Parece poco lógico que esto ocurra entre los casi 140 firmantes del manifiesto, cuando el sentir de estas entidades va justo en la dirección contraria. Parece más un uso «casual y despistado» de una información sobre alguna reunión posiblemente para otro tema parecido, pero ajeno a lo que aquí nos ocupa.
Este «despiste» podría entenderse como un malentendido. De no serlo, sería una muestra clara de falta de profesionalidad… ¿o quizá demasiada inocencia? En cargos públicos, el rigor no es una opción, es una obligación.
Como decía John Kennedy Toole en La conjura de los necios:
«Cuando un genio verdadero aparece en el mundo, lo reconoceréis por esta señal: todos los necios se conjuran contra él.»
Y aquí estamos los alcaldes, en tierra de nadie, rodeados de genios de la burocracia que confunden diálogo con monólogo, peticiones colectivas con trámites individuales, y urgencia con parsimonia.
Pero no desesperemos. Si algo nos enseña esta tragicomedia administrativa es que hay que seguir insistiendo. Aunque sea a base de artículos, manifestaciones y la infinita paciencia de quien, sin ser necio, se ve rodeado de una conjura de incompetencias.
Juan Antonio Sanz Sanz, alcalde de Jirueque (Guadalajara)
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