La relación entre un menor y sus progenitores no es un mero asunto privado o cultural: es un pilar de la naturaleza humana. Millones de años de evolución nos han configurado para nacer dependientes de cuidados intensivos y prolongados, cuidados que solo pueden asegurarse plenamente a través de la presencia y el compromiso de ambos padres.
La infancia humana: vulnerable por diseño
Los bebés humanos llegan al mundo en un estado de enorme indefensión, con apenas una cuarta parte del volumen cerebral adulto. A diferencia de otras especies, gran parte del desarrollo cerebral se produce tras el nacimiento. Esto implica años de dependencia en los que el niño necesita alimento, protección, estímulo social y aprendizaje. Para garantizar la supervivencia, la evolución favoreció la crianza cooperativa: madre y padre —y a menudo otros familiares— compartieron la tarea de cuidar.
La biología del niño está, por tanto, “programada” para esperar amor y presencia de ambos progenitores. Privarlo injustificadamente de uno de ellos es como condenarlo a una orfandad artificial, con consecuencias profundas para su desarrollo emocional, cognitivo y social.
Madres y padres: cerebros preparados para cuidar
La maternidad y la paternidad no son simples roles culturales. Ambos implican transformaciones medibles en el cuerpo y en el cerebro.
– Las madres atraviesan cambios hormonales y neurológicos radicales: la oxitocina y la prolactina, junto con la reestructuración de áreas cerebrales, las predisponen a un apego intenso y empático hacia el bebé. Estos cambios no son reversibles. Dicho de otra manera, una madre lo seguirá siendo hasta el resto de su vida.
– Los padres, aunque sin gestación ni lactancia, también experimentan reducciones de testosterona y aumentos de hormonas vinculadas al cuidado, además de modificaciones cerebrales que los orientan hacia la protección y la empatía. La ciencia ha demostrado que el cerebro humano masculino es igualmente plástico: los padres involucrados desarrollan respuestas emocionales y neuronales comparables a las de las madres, especialmente, pero no únicamente, si son cuidadores principales. Parece que la única condición es tener la oportunidad y el deseo de amar y proteger a su hijo o hija. No hay de momento conocimientos científicos firmes, pero parece que tampoco estos cambios sean reversibles.
La ruptura del vínculo: un trauma invisible
Cuando un menor es manipulado para rechazar a un progenitor sin motivo válido, o cuando se impide tal contacto, se produce lo que se podría denominar ruptura intencionada e injustificada del vínculo parental. En el niño, el resultado es devastador:
– Estrés crónico y niveles elevados de cortisol que afectan áreas sensibles del cerebro.
– Un conflicto de lealtades que obliga a suprimir sentimientos naturales hacia un progenitor amado.
– La interiorización de creencias falsas que deterioran su autoestima y su capacidad futura de confiar en los demás.
El progenitor alienado, por su parte, experimenta un dolor comparable al duelo por la pérdida de un hijo: un sufrimiento crónico sin cierre posible, con riesgo de depresión, ansiedad y estrés postraumático.
La alienación parental no es un mero conflicto familiar: es una forma de maltrato psicológico que hiere al menor en su núcleo identitario y priva al adulto de ejercer su función biológica más básica.
Y no queda ahí la cosa. El daño pasa a la siguiente generación -el menor crecerá con una carencia básica que será difícil de compensar en la vida adulta -lo que se verá claramente al convertirse a su vez en padre o madre.
El daño adquiere entonces una dimensión social insospechada, con efectos económicos, sociológicos ya claramente palpables.
Un desafío de salud pública
Negar la existencia de la alienación parental es ignorar la evidencia neurobiológica y evolutiva. Reconocerla y prevenirla no es solo cuestión de justicia familiar, sino de salud pública y bienestar social. El interés superior del menor rara vez se protege eliminando a uno de sus progenitores de su vida, salvo en casos probados de abuso, donde tal eliminación sería tan necesaria como estaría justificada.

Jueces, psicólogos, mediadores y trabajadores sociales deben formarse en la identificación temprana de estos procesos y promover intervenciones de reunificación familiar. La ciencia es clara: el cerebro infantil puede recuperarse si se restablece el vínculo con el progenitor injustamente rechazado.
La lección de la biología
La naturaleza nos habla con contundencia: los niños necesitan a sus padres, y los padres necesitan a sus hijos. Separarlos deliberadamente es ir contra el diseño mismo de nuestra especie. Proteger el vínculo paterno-filial no es un ideal abstracto, sino una obligación ética y científica. En él se juega nada menos que la salud emocional de las nuevas generaciones y la transmisión del amor más poderoso que ha sostenido a la humanidad desde sus orígenes.
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‘El reality show de la manipulación infantil patrocinado por la ONU, el TC alemán, y por nuestro parlamento’
Dr. Jorge Guerra González, perito judicial, mediador, abogado del menor, investigador y docente universitario
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