¿Gangarilla? ¿Cambaleo? Una miserable compañía de cómicos de la lengua, en cualquier caso; cuatro faranduleros que acuciados por el hambre y la persecución de las autoridades deciden probar suerte en el Nuevo Mundo. Liquidados su carreta y sus bueyes se embarcan para las indias con sus magras pertenencias y van a dar con sus huesos en la Buenos Aires virreinal para comprobar enseguida que su situación no ha hecho sino empeorar. Comandados por Angulo “el malo”, Isidoro (el dramaturgo) y Toña, zurcidora y eterna aspirante a meritoria de la compañía, movidos por su irrefrenable amor por el teatro y por la vida en libertad intentan abrirse paso dando a conocer su arte a la chusma que trampea y malvive en la colonia del Río de la Plata, nueva corte de los milagros del cabildeo, el latrocinio y la corrupción que nace y se desarrolla -¡como ahora!-a los pechos del poder.
Para ganarse el favor del Cabildo, que ahora ostenta la compañía rival de El Progonero, en un movimiento a la desesperada, y aprovechando la llegada del nuevo Virrey, Angulo da un salto en el vacío, abjura de cualquier principio ético de la profesión, que hasta ahora le mantenía alineado con los críticos al poder, para ponerse al servicio de éste. Consigue el relevo de El Pregonero y el monopolio de las actuaciones teatrales, lo que incluye actuar como verdugo en las ejecuciones o en los actos públicos de castigo a los condenados por los tribunales de justicia, “espectáculos”, por cierto, que concitaban el máximo interés de los ciudadanos.
Pero no todos los miembros de la compañía, obviamente, están de acuerdo con la deriva que ha tomado Angulo en su delirio por abrirse un hueco en la corte virreinal y realizar su sueño de triunfar sobre las tablas. Le acusan de haber corrompido su arte en aras de conseguir el éxito y el reconocimiento de los poderosos y se rebelan contra sus dictados terminando por abandonarle a su suerte. De modo que tendrá que enfrentarse solo a un final trágico; espantado de los terribles actos de crueldad que se ha visto obligado a cometer sobre sus reos en su papel de verdugo y sin que su celebrada vis cómica, de la que alardea constantemente ante sus compañeros de fatigas le haya servido de ayuda para aminorar su vergüenza y humillación.
En claro homenaje a El coloquio de los perros cervantino, la historia la cuenta Berganza, el perro del dramaturgo Isidoro; Berganza (Eduardo Cutuli) presenta a los personajes, ordena la acción y anima con sus sagaces intervenciones los entreactos, poniendo, por así decirlo, en suerte el argumento a los sucesivos protagonistas de la lidia: a los delirios del engreído Angulo (Mario Alarcón) y su fe inquebrantable en el teatro, a los anhelos de la siempre insatisfecha Doña (Stella Galazzi) o a las cuitas del vanidoso Isidoro (Luis Campos), poetastro, retórico, que cree encarnar las esencias de la lengua y que sueña con estrenar a toda costa. En su rol de corifeo, relator o presentador, Berganza encarna el sarcasmo y la retranca porteña, viene a traer un baño de realidad, a echar un jarro de agua fría sobre las ínfulas de soñador irredento y narcisista Angulo, o sobre el zurcidor de versos y un punto ladino Isidoro, que al final resulta que ha estado engañando a Angulo con su consorte.
Texto denso, enjundioso, (algo a lo que nos tiene acostumbrados Mauricio Kartun), La vis cómica no es sólo una espléndida, incisiva, descacharrante recreación del submundo de las pequeñas compañías teatrales del setecientos, de su precariedad y de su escaso reconocimiento social, con artistas viviendo a salto de mata, actuando en condiciones infames y sometidas a la censura permanente de la iglesia y del poder político. Es, a la vez una pertinente reflexión acerca de la relación entre los artistas y el poder, relación siempre asimétrica y con frecuencia acomodaticia y servil, amén de una indagación sobre los límites de la teatralidad misma, sobre sus códigos y sus procedimientos y sobre la misteriosa relación especular entre el teatro y la vida.
Comedia de figurón, al fin, ofrece una visión caricaturesca, colindante con el esperpento de la realidad social del Siglo de Oro. Ante un telón de fondo raído y hecho girones, y pertrechados de un viejo baúl del que van extrayendo sus ajados trajes de época, todos nos conmueven por su ingenuidad y por su desvalimiento; enfrentados a una realidad inmisericorde sus querellas se dirimen casi como si fuera un juego de niños grandes peleándose por un quítame allá esas pajas, y es que los términos del conflicto se desplazan por completo al plano de la farsa, desde el atuendo, hasta una caracterización de marcado carácter clownesco. Acorde con esta fisonomía, todo el trabajo actoral, espléndido, con el cuerpo, con el gesto, constituye un deliberado intento de ir hasta el fondo de lo grotesco, de la caricatura; y lo mismo cabe decir de la interpretación verbal del papel: en un riguroso ejercicio de coherencia artística los intérpretes consiguen teatralizar al máximo la palabra, llevarla -como quería Ionesco- al paroxismo y a la desmesura, dando lugar a secuencias deslumbrantes, como los monólogos en los que Isidoro o Doña entonan su palinodia o ese final de sorprendente intensidad tragicómica de Angulo ante un implacable y amenazante Berganza.
Gordon Craig, 28-VI-2025
Ficha técnico artística:
Autor: Mauricio Kartun.
Con: Cutuli, Stella Galazzi, Luis Campos y Horacio Roca.
Diseño de escenografía y vestuario: Gabriela Aurora.
Diseño de iluminación: Leandra Rodríguez.
Diseño sonoro: Eliana Liuni.
Dirección: Mauricio Kartun.
XXIV edición del Festival Hispanoamericano del Siglo de Oro. “Clásicos en Alcalá”
Alcalá de Henares. Teatro salón Cervantes. 27 de junio de 2025.