Entre los días 2 y 4 de julio se ha celebrado en el centro asociado de la UNED en Guadalajara el curso de verano titulado «El camino de la santidad femenina. Triunfo y olvido en los procesos, estados y modelos de espiritualidad en la Edad Moderna».
Dirigido por la catedrática de la UNED, Esther Alegre Carvajal, y coordinado por la profesora Alejandra B. Osorio, del Wellesley College, Boston, el seminario analizó en profundidad las múltiples y diversas expresiones de santidad femenina entre los siglos XV y XVII, prestando especial atención a los factores sociales, culturales, políticos y religiosos que condicionaron su reconocimiento o silenciamiento.
Según han informado fuentes de este centro universitario en un comunicado, la iniciativa surgió de una inquietud historiográfica: la escasa presencia femenina en los procesos de canonización de la Edad Moderna.
Así, frente a una gran cantidad de varones canonizados, apenas cinco mujeres alcanzaron los altares durante este periodo: santa Catalina de Siena, santa Teresa de Jesús, santa Isabel de Portugal, santa María Magdalena de Pazzi y santa Rosa de Lima.
Por este motivo, el curso abordó tanto los modelos de santidad existentes como las causas de su marginación institucional.
La primera jornada comenzó con la intervención de Rebeca Sanmartín Bastida, de la Universidad Complutense de Madrid, UCM, quien abordó el modelo de las llamadas santas vivas castellanas, mujeres que vivieron entre 1400 y 1550.
Estas figuras se caracterizaron por su vida ascética, visiones místicas y participación en la reforma de la Iglesia, influenciadas por el modelo italiano de las sante vive, pero que a pesar de su impacto, ninguna llegó a ser canonizada, siendo eclipsadas posteriormente por la figura de Teresa de Jesús.
A continuación, María Morrás Ruiz-Falcó, de la universidad Pompeu Fabra, UPF, centró su ponencia en María Magdalena, figura bíblica cuya cercanía a Jesús, condición de discípula, y su carácter de pecadora arrepentida configuraron un modelo singular de santidad femenina.
La sesión matutina de la segunda jornada estuvo a cargo de Alejandra B. Osorio, quien explicó cómo Lima, fundada en pleno proceso de colonización, se convirtió en un foco de santidad y espiritualidad. La canonización de santa Rosa de Lima en 1671 fue impulsada tanto por la religiosidad popular como por intereses políticos del virreinato y de la monarquía hispánica.
Ana Morte Acín, de la universidad de Zaragoza, ofreció una ponencia centrada en el «oficio de santa» y las motivaciones que llevaban a las mujeres a la vida religiosa, que iban desde la vocación hasta las obligaciones familiares.
Morte expuso cómo la vida en los conventos no siempre respondía a una vocación mística, sino también a intereses sociales o económicos.
La sesión vespertina de la jornada continuó con la intervención de Verónica Zaragoza Gómez, de la universidad de Valencia, quien analizó la figura de Luisa de Borja, aristócrata conocida como la Santa Duquesa.
Sin haber sido canonizada ni haber tomado los hábitos, Luisa fue objeto de una intensa producción hagiográfica tras su muerte, promovida por su linaje y vinculada al prestigio de su familia, los Borja.
Por su parte, Henar Pizarro Llorente, de la universidad Pontificia de Comillas, exploró la distancia entre la fama de santidad popular y el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia, a través de ejemplos como sor Serafina Andrea Bonastre y santa María Magdalena de Pazzi, en los que evidenció cómo muchas biografías no culminaban en la canonización, debido a factores como la falta de apoyo institucional o la intervención de la Inquisición.
El curso concluyó con dos ponencias más. Por un lado, Esther Alegre Carvajal ofreció una panorámica sobre el papel de la nobleza en la apropiación de la santidad como símbolo de prestigio y cohesión familiar.
A través del caso de santa Teresa de Jesús y su vínculo con los duques de Pastrana, evidenció cómo la santidad se convirtió en un recurso político y cultural en la Edad Moderna.
Por último, Macarena Moralejo Ortega, de la UCM, cerró el ciclo con una reflexión sobre los cambios que el Concilio de Trento introdujo en la regulación del culto a los santos y analizó cómo se forjaban las santidades femeninas a partir de milagros, biografías y prácticas devocionales, pero a la vez cómo muchas de estas mujeres permanecieron como venerables o beatas en contextos locales, sin llegar a los altares universales de la Iglesia.