viernes , 26 abril 2024

‘Días de vino y rosas’. Basada en la película homónima de Blake Edwars: «Contigo hasta el infierno”

Escrita para la Televisión por el guionista J. P. Miller a partir de sus propias experiencias en “Alcohólicos Anónimos”, Días de vino y rosas adquirió notoriedad a partir de la versión cinematográfica dirigida por Blake Edwards en 1962 con Jack Lemon y Lee Rimick como protagonistas. La versión en español de David Serrano que puede verse estos días en los teatros del Canal sigue con ligeros cambios la esquemática adaptación para el teatro realizada por el dramaturgo norirlandés Owen McCafferty.

Drama de enorme crudeza, la pieza dramatiza los extremos de destrucción física y psicológica a los que puede conducir el consumo incontrolado de alcohol y constituye una pertinente llamada a la reflexión sobre la permisividad con la que la sociedad actual acepta el consumo cada vez más extendido de sustancias peligrosamente adictivas sin reparar en las devastadoras consecuencias que tal consumo abusivo acarrea y que se manifiestan  tanto a nivel individual como a escala interpersonal, arruinando y convirtiendo en un verdadero infierno la convivencia familiar o en pareja.

Luis y Sandra se conocen de manera fortuita esperando su vuelo a Nueva York y se enamoran perdidamente el uno del otro. Luis es un brillante relaciones públicas que va a hacerse cargo de la representación de una estrella de los Knicks neoyorquinos; Sandra es una despampanante treintañera, simpática, desenvuelta, que ha determinado dar un cambio de rumbo a su vida marchándose de España para instalarse en los Estados Unidos. Él, un dipsómano en potencia, a juzgar por las veces que recurre a su petaca de whisky para matar las horas de espera en el aeropuerto; ella abstemia convencida y “adicta” a los batidos de chocolate que Luis se empeña desde el principio en amenizar con un chupito de su petaca.

Pero los días pasan, ya en pareja, y la adición de Luis se va haciendo más y más evidente mientras Sandra, a su vez, empieza a disfrutar de ocasionales tragos en compañía de Luis cuando éste vuelve a casa por las noches o para combatir su soledad.

Sólo el embarazo de Sandra y un breve periodo de lactancia frenarán temporalmente la senda emprendida por ambos camino del precipicio de la más esclavizadora y denigrante de las adiciones. Y haciendo buena la frase “contigo hasta el infierno” con la que habían sellado su primer brindis juntos, pasarán por todos los estadios de la euforia de la embriaguez, por las resacas y por el autoengaño de creerse capaces de controlar sus impulsos; y por las mentiras, los reproches, las broncas y los accesos incontrolados de violencia y brutalidad que los reducen a la condición animal; en fin, por las penalidades de los periodos de abstinencia y por la angustia y la desesperación de sentirse perdidos, verdaderos despojos humanos sin posibilidad de redención.

La obra se articula en escenas muy breves de tonalidad emocional muy cambiante alternando, a veces de manera abrupta los clímax con los anticlímax. Con un aparato escenográfico muy rudimentario, una dirección de escena un tanto errática y con la mera ayuda que proporcionan el sugerente espacio sonoro, los oportunos cambios de vestuario y las leves variaciones de la iluminación, la responsabilidad mayor de trasmitir los bruscos vaivenes que experimenta el estado de ánimo de los personajes recae en el trabajo de los actores que no siempre responden, a mi modesto entender, a las exigencias del texto. Unos diálogos, por cierto, que presentan no pocas rigideces e inadecuaciones y que adolecen de la finura y de la introspección chejovianas o de la contundencia analítica de un Mamett, por poner un ejemplo.

El resultado es, como digo, irregular; encaja algo mejor en su papel Cristina Charro sorteando como puede los baches de unos diálogos que demasiadas ocasiones bordean el tópico.

Menos afortunado está Marcial Alvarez; suena impostada esa jovialidad y desenvoltura de hombre de mundo del principio con la que tira los tejos a Sandra apenas han cruzado cuatro palabras, y artificial las demostraciones de júbilo con que celebra los triunfos deportivos de su representado. Tampoco nos convence cuando entona la palinodia del encadenamiento de errores que le han conducido a su estado presente. Su tono es monocorde y reiterativo; hay, sin embargo, intenso dramatismo y emoción verdadera en su presentación ante los participantes en una sesión de Alcohólicos Anónimos a la que acude en busca de ayuda.

Gana algunos enteros, también en esos compases finales, Cristina Charro presentándose como el despojo humano en el que se ha convertido, tirada en la acera como una pordiosera o volviendo a casa para confesar a Luis que lleva ¡tres días! sobria, es la viva imagen de la impotencia y la desesperación.

Gordon Craig, 01-II-2020.

Ficha técnico artística:

Título: Días de vino y rosas

Adaptación teatral de Owen McCafferty  de la película de Blake Edwards.

Versión en español de David Serrano-

Con: Marcial Álvarez y Cristina Charro.

Dirección: José Luis Sáiz

Madrid. Teatros del  Canal. 30 de enero de 2020.

Acerca de Gordon Craig

Ver también

‘La colección’, de Juan Mayorga: «Un arca en un diluvio de ruido»

En varias ocasiones a lo largo del espectáculo a uno le asalta la duda de …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.