Vengo de leer En tierra inhumana, de Józef Czapski, estremecedor testimonio de su internamiento en el campo de Starobielsk y de su periplo por la Rusia soviética, -tras el pacto ruso-polaco de 1941- en busca de los miles de compañeros oficiales deportados. Y llama la atención, que junto al exhaustivo inventario de atrocidades cometidas por el ejército rojo y por los miembros de la N.K.V.D. de los que Czapski levanta acta con meticulosidad notarial, una y otra vez se detiene a pensar en cómo los bolcheviques, en medio de ese piélago de barbarie, por el efecto combinado del miedo y la propaganda, habían logrado colar en el pueblo la falacia del “hombre nuevo”. (Una gran mentira, por cierto, que se tragaron incluso miembros destacadísimos de la intelectualidad occidental).
Traigo esto a cuento porque nos pone en la pista de uno de los temas relevantes de la obra que comentamos: cómo se puede tergiversar la realidad mediante la propaganda, particularmente mediante las trampas del lenguaje, la más sutil, sibilina y duradera forma de manipulación. El otro gran tema, a cuya ilustración se endereza la alambicada trama que ha ideado García May tiene que ver con la esencia del teatro mismo, con su capacidad para presentar como verdadero lo fingido. Y aquí, García May se inscribe en una larga tradición que va de Lope a Pirandello, de Diderot a Pessoa, pasando por una infinidad de autores de no menor talento y enjundia, poetas, tratadistas y sobre todo dramaturgos que no ha dejado de reflexionar sobre la verdad de las mentiras -que diría Vargas Llosa-, de inquirir acerca de las posibilidades de las obras de ficción y del teatro en particular, de crear universos ficticios, realidades paralelas que tuvieran la capacidad de superar y trascender a la propia realidad, pedestre, cotidiana, aquella de la que nos informan -¿lo hacen?- nuestros sentidos.
La historia, laberíntica, como digo, arranca con un encuentro casual (¿casual?), -escribo entre interrogaciones porque desde los primeros compases de la obra el autor nos introduce en una atmósfera de extrañeza, de sospecha, que llegará a ser uno de los principales ingredientes de la intriga-; un encuentro en un restaurante de dos viejos conocidos que no se ven hace más de diez años: Pierre, profesor de literatura de universidad y Cecil, escritor descontento de su ejecutoria como autor de narrativa fantástica, pero que no desdeña verse favorecido por un público al que desprecia. La conversación, banal, pronto deriva hacia la glosa de Naúfrago, una suerte de distopía paranoica que versa sobre la responsabilidad de las palabras en la conformación de la “Gran Mentira”, pero sobre todo sobre la figura de su misterioso autor, un tal Balthazar Cromm, que Pierre enseguida clasifica entre el grupo de escritores excéntricos e inclasificables.
De identidad desconocida, Cromm parece ser el remitente de un e-mail que ha recibido Cecil, instándole a ir precisamente ese día a ese restaurante a esperar una llamada con el objetivo de someterse a una entrevista. En lugar de llamada, el enigmático correo que aparece por fin en el móvil de Cecil, sospechosamente en el momento en que Pierre ha salido del comedor, desata, a la vuelta de éste, todas las conjeturas acerca de la autenticidad y significado del mensaje y es el desencadenante de la acción, una acción sembrada de dudas, malentendidos, rectificaciones hasta llegar al giro de guión de la última escena, portentosa, en la que se alcanza el verdadero clímax de la obra y que no voy a desvelar. Sólo anticiparé la rocambolesca idea que da pie al nuevo rumbo que toma la acción y es que, en vista de que B. C. no ha acudido a la cita, los amigos deciden que Pierre suplante su identidad y se someta a dicha entrevista en su lugar. Puedo anticipar también que en esta secuencia final se contienen, por así decirlo, el núcleo duro de la reflexión sobre la construcción de lo Real, una durísima denuncia de la negligencia, irresponsabilidad y ligereza con la que los informadores, los creadores de opinión o quienes detentan el poder manipulan el lenguaje y, desde luego, un brillante e intenso ejercicio de metateatralidad al más puro estilo pirandeliano.
No exentos de ironía, paradoja e incesantes pinceladas de humor, escritos en una prosa pulcra, aquilatada hasta el extremo, trufada de énfasis, subrayados y matizaciones aclaratorias sobre el contenido o la forma de los enunciados, los diálogos fluyen con una sorprendente naturalidad pese a lo abstruso o disparatado de algunas afirmaciones o juicios de valor, instaurando un marco de relación de franqueza y confianza entre los personajes que involucra al propio espectador haciéndole partícipe de ese sutil juego de las apariencias que se desarrolla ante sus ojos asombrados.
Obviamente a la creación de esa condición en el espectador, entre alucinado y absorto, coadyuvan el resto de los artífices responsables del montaje, desde la sobria puesta en escena que firma Carolina González a la atinada dirección de actores de Eduardo Vasco, que potencia la precisa arquitectura teatral del texto modulando a la perfección el tempo de la acción, el contraste de caracteres y la intensidad de los clímax, contando, por supuesto, con el extraordinario trabajo de los actores. Ambos Joaquín Climent como Cecil y Juan Echanove como Pierre están formidables. Ofrecen una lección de contención y de escucha activa, convirtiéndose en dos personajes creíbles desde el minuto uno de la función, Cecil más apocado y disperso confesando sus cuitas y cogitaciones, Pierre más escéptico, resoluto y dueño de sí mismo dispuesto a seguir el juego a Cecil y gastarle bromas permanentemente en un constante toma y daca que se prolonga hasta el final de la pieza y que adquiere tintes verdaderamente dramáticos en el ritual de simulación de la última parte de la obra -ya mencionado- en la que Cecil a duras penas puede contrarrestar el ímpetu avasallador de un Pierre/Cromm desatado, apabullante, en un monólogo memorable de una calidad técnica excepcional y de una fuerza arrebatadora.
Divertida, ingeniosa, lúcida, inteligente, con seguridad que este espectáculo constituirá un hito de la temporada.
Gordon Craig – 27-X-2025.
Ficha técnico artística:
Autor: Ignacio García May.
Con: Juan Echanove y Joaquín Climent.
Escenografía y atrezo:Carolina González.
Iluminación: Miguel ángel Camcho.
Música y espacio sonoro: Eduardo Vasco.
Dirección: Eduardo Vasco.
Madrid. Teatro Español. 14 de octubre 9 de noviiembre de 2025.
El Heraldo del Henares


