miércoles , 21 mayo 2025

‘Los dos hidalgos de Verona’, de William Shakespeare: “Una necedad comprada con ingenio”

Los dos hidalgos de Verona, obra primeriza de Shakespeare, es tributaria de la fascinación de los artistas ingleses por todo lo italiano durante la época isabelina. Preludio de las grandes comedias (Trabajos de amor perdidos, Sueño de una noche de verano o Noche de reyes, …) con esta pieza el bardo inicia el abandono progresivo de la influencia del mundo antiguo, plautiano, y los personajes comienzan a hablar el lenguaje del amor -ese “dulce sentimentalismo amoroso tan shakespeariano” según algún crítico-, que ya encontramos en los Sonetos y en los poemas narrativos.

La historia, con un desenlace inverosímil, -que los autores de la adaptación consiguen enmendar un tanto mediante un fogoso ritual de reconciliación-, es sencilla. Proteo, enamorado de Julia, que le corresponde, es enviado por su padre a Milán para foguearse en los asuntos cortesanos. Allí se reencuentra con su amigo Valentín, presa del mismo deliquio amoroso que tanto había denigrado cuando era Proteo la víctima de semejante desvarío. (De “necedad comprada con ingenio”, para desacreditarlo, había llegado a tildar Valentín a ese estado próximo a la enajenación en que se hallaba sumido su amigo bajo los efectos del enamoramiento). El objeto de los desvelos de Valentín es la joven Silvia, hija del duque de Milán, a la sazón pretendida por el cortesano Thurio, al que esta desdeña, contra el parecer del duque que ve en Thurio un “candidato” adecuado a sus intereses. Pero ¿Quién habla de fidelidad y de constancia en los afectos? A la primera de cambio Proteo se olvida de Julia, se enamora de Silvia y traiciona a su amigo, desvelando al Duque el plan secreto de Valentín para raptarla y huir juntos de Milán. Valentín es desenmascarado y expulsado a las tinieblas exteriores. En tanto Julia ha decidido disfrazarse de hombre y venirse a Milán a recuperar a Proteo. ¿Se puede pedir más? Pues sí, porque el ingenio de Shakespeare no tiene límites para enredar y desenredar la trama, criados entrometidos y correveidiles de por medio, y misivas, chanzas, equívocos y embelecos que no voy a desvelar pero que a fe que hicieron las delicias del respetable.

Teatro: Los dos hidalgos

El montaje de Declan Donnellan de esta pieza calificada de menor por cierta crítica, no defrauda. El primer acierto hay que cifrarlo en la estupenda versión, una adaptación pulcra, remozada, rigurosa en su leve remodelación del contenido argumental originario y acorde con el tono jocoserio, de farsa, casi, que Donnellan imprime al espectáculo (no podría ser de otro modo) con muchas ocasiones para el regocijo y momentos de una comicidad desbordante, verbigracia, el soberbio sólo (con perrito) de Goizalde Núñez como Lanza, criado de Proteo en un pasaje memorable que elogia hasta el mismísimo Harold Bloom. Luego está el sobrio y despojado espacio escénico que ha diseñado Nick Ormerod: un tablado, tal cual, sin estorbos que impidan el libre movimiento de los intérpretes a cuya expresividad corporal y gestual, modelada por una exigente labor de preparación física, se fía la transmisión del rico subtexto que esconde la prodigiosa escritura de Shakespeare, su “exuberante despliegue de fuegos artificiales” (Bloom dixit). Solo un panel iluminado en el centro de la escena -vestigio quizá de una poética brechtiana-, sobre el que se proyectan unos rótulos que indican los lugares de la acción y que hace las veces de telón tras el que se ocultaban en tiempos los cómicos en sus entradas y salidas del escenario.

A ello habría que sumar otros detalles no desdeñables para el éxito final de la empresa, relativos, por ejemplo, al vestuario que potencia la familiaridad y cercanía de los personajes -“palestina” mediante-, o a la luz especial y los tenues subrayados musicales que ocasionalmente envuelven la escena transportándonos a un espacio inmaterial, etéreo, como de ensoñación; o reforzando unas veces el tono y la intensidad emocional de ciertos pasajes, otras, su irreprimible desenfado; pero sobre todo, el mayor mérito corresponde sin duda al esforzado trabajo de los actores, un trabajo muy físico complementado con una extraordinario dominio de la expresividad verbal para matizar hasta en sus más mínimos detalles las sutilezas de la imaginería shakespeariana, los estados de ánimo de los personajes y, en fin, las exigencias del “guión” en secuencias y situaciones con una gran carga de teatralidad primaria.

Goizalde Núñez (Lucetta) e Irene Serrano (Julia) protagonizan la primera situación descacharrante a cuento de la carta de Proteo que Julia se niega a abrir, aunque lo está deseando y rompe en mil pedazos para recogerlos después. Otrosí cabría decir de Manuel Moya y Antonio Prieto, (Valentín y Speed respectivamente) en el que el criado tiene que explicar a su amo los evidentes síntomas de enamoramiento que el primero no acierta a descubrir por sí mismo; asombra el grado de infantilización próximo al entontecimiento en que el amor sume a sus servidores, estado que recrea con gran acierto Manuel Moya, como Valentín, y su azoramiento ante las bromas de una desdeñosa Silvia (Elena Matellán) que se ríe de él en sus narices sin que este se de cuenta de su juego; o de cómo se traga el ardid del Duque (estupenda creación de Jorge Basanta) para descubrir sus ocultas intenciones de huir con Silvia. Respecto a Proteo (Alfredo Noval) divierte advertir como pasea sus plumas de pavo real, de mozalbete inmaduro, fatuo y engreído. Envanecido por su conquista de Julia, que bebe los vientos por él, piensa que Silvia ha de rendirse a sus encantos en el acto y por su cara bonita. En fin, Alberto Gómez-Taboada no les va a la zaga y hace en el papel del cortesano Thurio una figura que no desmerecería del timorato, ridículo y enamoradizo Malvolio de La noche de Reyes.

Gordon Craig, 18-V-2025.

Ficha técnico artística:

Texto: William Shakespeare.

Dramaturgia: Declan Donnellan y Nick Ormerod.

Con: Manuel Moya, Alfredo Noval, Antonio Prieto, Irene Serrano, Goizalde Núñez, Rebeca Matellán, Jorge Basanta, Prince Ezeanyim y Alberto Gómez-Taboada.

Diseño de escenografía y vestuario: Nick Ormerod

Diseño de iluminación: Ganecha Gil

Diseño de sonido: Sandra Vicente y Kevin Dornan.

Música Original: Marc Álvarez.

Dirección: Declan Donnellan..

Madrid. Teatro de la Comedia. 18 de mayo de 2025.

Acerca de Gordon Craig

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