sábado , 12 octubre 2024

‘Un hombre para la eternidad’, de Robert Bolt: «Un testimonio excepcional de honestidad e integridad moral»

La obra que reclama nuestra atención esta semana está  basada en hechos reales. Nos retrotrae a la Inglaterra del primer tercio del siglo XVI, en pleno reinado de Enrique VIII, segundo monarca de la casa Tudor. Enrique había llegado al trono de forma inesperada tras la muerte repentina de su hermano Arturo, a la sazón casado poco más de un año atrás con la primera hija de los Reyes Católicos, la jovencísima princesa Catalina de Aragón. Para no echar a perder su alianza matrimonial las casas reales de Inglaterra y de Castilla presionaron al papa Julio II a conceder Enrique la preceptiva dispensa para poder desposar a la viuda de su hermano, algo que estaba expresamente prohibido por el derecho canónico. Pasado este trámite se terminaría por celebrar los esponsales a mediados del año 1509, apenas catorce meses después de la muerte de Arturo.

Lo que viene después es de sobra conocido. Enrique llegó a repudiar a Catalina transcurridos veinte años de matrimonio sin que esta hubiera podido darle un descendiente varón, y -por resumirlo en pocas palabras- ante la negativa del nuevo papa Clemente VII a concederle una dispensa para obtener el divorcio y casarse con la joven aristócrata Ana Bolena, forzó  a la nobleza y al clero británicos a una separación con Roma y a aceptarle como cabeza visible de la nueva Iglesia de Inglaterra.

Ana Bolena

En ese ambiente de agitación cortesana, de tremendas convulsiones en el ámbito político y religioso, con un sistema de alianzas que amenaza saltar por los aires, es en el que se desarrolla la obra; con el rey, altos miembros de la nobleza, de la administración pública y del clero como actores del drama (como el Duque de Norfolk, el secretario del Consejo Thomas Cromwell o el todopoderoso cardenal Wolsey) y con Sir Thomas More (Tomás Moro), consejero real y posteriormente Lord Chancellor como protagonista absoluto. De hecho la obra recrea los antecedentes, el desarrollo y el desenlace trágico  del conflicto desatado entre Enrique VIII y Sir Thomas More, debido a la negativa de éste a plegarse a los deseos reales y dar su aquiescencia al monarca en su proyecto de obtener a toda costa el ansiado divorcio de la reina Catalina contraviniendo la postura de la Iglesia.

Fiel reflejo de la vida de la nobleza y de las intrigas palaciegas, la obra profundiza en la dimensión humana y pública del personaje, analizando pormenorizadamente las motivaciones últimas de su conducta heroica.  Un hombre de arraigadas y sólidas creencias religiosas, virtuoso pero ajeno a la tentación del martirio; jovial, franco, amante de la vida y de la familia amigo de sus amigos, consciente de sus deberes cívicos. Un hombre íntegro y cabal, defensor a ultranza de la ley que, cuando la obediencia debida y la lealtad a su soberano chocan con sus convicciones morales, es capaz de mantenerse fiel a sus principios y a la voz de su conciencia y arrostrar con envidiable fair play y presencia de ánimo las durísimas consecuencias que le acarrea enfrentarse al poder, un poder omnímodo encarnado en un conspicuo representante de la monarquía absoluta.

La pieza es un dechado de perfección formal, con una trama meticulosa y hábilmente  construida para incardinar en la ficción episodios históricos verídicos y relevantes en los que participaron los protagonistas. La acción avanza a un ritmo trepidante hacia el desenlace, dando entrada progresivamente a nuevos elementos que alimentan la línea de conflicto principal; elementos no sólo de carácter episódico, sino relativos a la evolución de los intereses y de las motivaciones ocultas de los personajes a medida que éstos se van adaptando a la nueva situación. Pero no es este el único motivo de disfrute de la pieza en cuanto a su dimensión formal; cabe constatar asimismo, la brillantez de los diálogos que reflejan por igual el espléndido manejo del registro coloquial de los intercambios verbales en el ámbito de la intimidad familiar, la precisión y ornato de la jerga diplomática y cortesana, o la ironía, las medias palabras, los silencios, insinuaciones o sobreentendidos que impone la cautela o la prudencia cuando se trata de asuntos de estado y donde el más ligero desliz puede desatar la sospecha. Y uno no puede por menos de sentir una punzada de envidia del magistral dominio del idioma de estos hombre de estado cuando contempla la retórica vacua e insustancial de muchos de nuestros “próceres”, su cháchara inane cargada de tópicos y lugares comunes, su carencia de elegancia y finura incluso para la invectiva o su incapacidad manifiesta, en ocasiones, de hilvanar un discurso medianamente coherente. No es menos destacable el tributo a la dramaturgia brechtiana que dispensa Robert Bolt a través de la figura de un singular personaje: el “Hombre Corriente” (“Common Man”), que se sitúa alternativamente dentro y fuera de la obra: representa a varios personajes (Sirviente, Barquero, Carcelero, Verdugo, … ) pero también actúa como narrador de la historia, interpelando directamente al público, poniendo en contexto los sucesos y emitiendo juicios de valor sobre los mismos y sobre los personajes.

Pero vayamos al contenido de la obra. Ya desde sus primeros compases percibimos atisbos de la fibra moral de nuestros protagonistas. De hecho la obra comienza con retazos de una conversación cuyo inicio ha tenido lugar en otra habitación en la que el advenedizo buscavidas Richard Rich -que ha acudido a casa de los More en busca recomendación para iniciar su carrera en la corte- parece querer convencer a Sir Thomas de que todos los hombres tienen un precio, cosa que éste último niega rotundamente. Sí acepta haber recibido algún que otro “regalo” en el desempeño de su trabajo como abogado, por lo que alerta a Rich -en quien descubre rápidamente falta de escrúpulos-, de los riesgos de detentar un cargo público, aconsejándole que busque acomodo en un puesto “en el que no pueda ser tentado”:  “A man -le dice- shold go where he won’t  be tented”.  Y pronto comprobaremos el carácter premonitorio de esta sabia admonición.

Enrique VIII

Antes de terminar este primer cuadro cabe consignar un pequeño episodio  que anticipa de algún modo el desenlace de la obra. Common Man en el rol de Sirviente acaba de despedir a todos los invitados de la noche, y a cuenta de una copa de plata que Thomas ha regalado a Richard Rich para ayudarle a costear sus necesidades más inmediatas, se dirige al público para informarle acerca del carácter desprendido y generoso de Sir Thomas. Viene a decirnos que su señor está siempre dispuesto a conceder favores, a dar cualquier cosa a cualquiera que se la pida.  “Pero llegará algún día -nos aclara- en que alguien le pida algo que quiera conservar para sí”, y que, entonces “no tendrá práctica para negárselo” (“He’ll be out of practice”). Y añade, taxativo: “There must be something that he wants to keep. That’s only Common Sense.”

Este parlamento del Sirviente opera como elemento de transición para la siguiente escena, en la que ya va a quedar planteado el conflicto principal de la pieza. En su condición de consejero real Thomas es reclamado por el cardenal Wosley, a la sazón Lord Chancellor, para que le aconseje acerca de la redacción del documento que le Rey quiere enviar a Roma a los efectos de obtener la licencia papal para el divorcio. Toda la escena es un verdadero duelo dialéctico a florete. Wolsey  y Thomas rivalizan en ironía y sutilezas defendiendo cada uno sus posturas, pragmático el primero, apegado a sus principios el segundo, hasta que la cuestión queda planteada en toda su crudeza:

Wosley: (…) the King wants a son; what are you doing about it? (El Rey necesita un hijo; ¿qué vas a hacer al respecto?)

More: I’m very sure the King need no advise from me on what to do about it. (Estoy seguro de que el Rey no necesita mi consejo sobre qué hacer al respecto).

(…)

Wosley: Do you favor a change of dinasty, Sir Thomas? Do you think two Tudors  is suficient? (¿Estáis a favor de un cambio de dinastía …?)

More: For God’s sake, Your Grace! (¡Por amor de Dios! …)

(…)

Wolsey: (refiriéndose sin mencionarla a Ana Bolena, la joven de la que se ha encaprichado el Rey y a la que acaba de visitar)  God’s death! … That thing out there’s at last fertile, Thomas. ( … Al menos ella es fértil.)

Thomas: But she’s not his wife. (Pero no es su esposa.)

El tira y afloja continua, sobre hasta donde sería necesario llegar para forzar al Papa a dar su placet de forma que el Rey consiga un heredero; hasta que se llega al punto clave. “Explícame -le espeta Wolsey- cómo un Canciller de Inglaterra puede obstaculizar que se tomen ciertas medidas, aunque sean moralmente cuestionables, invocando escrúpulos de conciencia”. A lo que More responde: “Well …I believe, when statesmen forsake their own prívate conscience for de sake of their public duties … they lead their country by a short route to chaos. And we shall have my prayers to fall back on.”    (Bien, creo que cuando los hombres de estado anteponen sus obligaciones públicas a su conciencia, entonces están eligiendo el camino más corto para llevar a su país al caos …)

Cuando vuelve a casa tras el encuentro relatado, un cruce casual en el embarcadero con Thomas Cromwell, primer secretario de Wolsey, sirve para introducir este personaje crucial para el desarrollo futuro de la historia y del drama. En casa le aguarda otro enfrentamiento, esta vez con William Roper, el pretendiente de su hija Margaret, donde de nuevo se pone a prueba sus convicciones, esta vez en el plano religioso. Más adelante, cuando este joven le sugiera buscar atajos para poner coto a la maldad de Rich y a lo peligrosas que pueden llegar a ser sus habladurías, More le tendrá que recordar el sentido de la ley, aclararle que “no es lo mismo lo legal que lo correcto y que él, en su ejecutoria como abogado y como servidor público se tiene que someter exclusivamente a lo que es legal”.

Thomas Cromwell

Uno de los platos fuertes de este primer acto es indudablemente el encuentro que mantiene con el Rey que ha venido a su propia casa obviamente para hacerle cambiar de opinión. Enrique se muestra perfectamente obsequioso y cortés con él y con su familia, interesándose incluso por la erudición de Margaret, con la que llega a bromear,  a intercambiar unas parrafadas en latín y a ensayar unos pasos de baile, pero pronto el ambiente se va haciendo más tenso a medida que el monarca comprueba la obstinación de More. No es este el lugar para pormenorizar sobre el debate de gran altura dialéctica en que ambos explicitan sus posturas. Aunque More mantiene en todo momento la calma y se declara el más rendido servidor del soberano, la irritación de Enrique es creciente, llegando a proferir duras amenazas contra quien se oponga a su voluntad. La velada termina de forma un tanto abrupta y el Rey abandona la casa de More contrariado y convencido de que por las buenas no va a hace cambiar de opinión a su anfitrión. Pese a la calma que muestra Sir Thomas quitándole importancia a lo sucedido, entre los miembros de su familia -y no sin razón- se disparan todas las alarmas.

El primer acto termina con una reunión secreta entre Richard Rich, contrariado por la negativa  de More  a auparle a un cargo bien remunerado en la administración,  y el ya mencionado Thomas Cromwell, un miembro del Consejo de talante más servil y acomodaticio, un oportunista dispuesto a sacar rédito político de la delicada situación en que se encuentra More tras desairar al Rey. Se trata de tantear a Rich para comprobar si puede “comprarle” con alguna prebenda. Y a fe que no le cuesta mucho trabajo ponerle de su parte -¡y hasta qué punto!- como se verá en escenas futuras.

      *                      *                       *

Cuando se abre de nuevo el telón han transcurrido dos años, y como anuncia Common Man, “ha corrido mucha agua bajo los puentes …”  y entre las cosas que “ha traído la corriente” esta la “Iglesia de Inglaterra” … “That finest flower of our Island genius and compromise(“esa hermosa flor del genio y compromiso de nuestra Isla); y, nótese la ironía: “That sistem peculiar to these shores, which deflects the torrents of religious passion down the canal of moderation”. “Y todo ello ha llegado sin derramamiento de sangre: mediante una ley aprobada en el Parlamento. Sólo unos pocos –concluye- se colocarán voluntariamente a contracorriente, incurriendo en un comportamiento que acabará por llevarlos al desastre”.

Entre ellos está, como ya podemos imaginar Thomas More, que se ha negado públicamente a contemporizar  y a acatar la Ley de Supremacía (The Act of Supremacy), una ley por la que el Parlamento decretó la independencia de la Iglesia de Inglaterra de la Iglesia de Roma y en la que el  Rey fue declarado “Protector and Only Supreme Head of the Church and Clergy of England”. Perdido el favor real, Thomas renuncia a su cargo Canciller y a partir de ese momento comienzan sus problemas: con el monarca, con la justicia que le acusa de traición, con sus amigos, con su familia, con la Iglesia y hasta con el embajador español, que ve en él el último apoyo para defender la causa, ya perdida, de la legitimidad de la reina consorte, Catalina. El segundo acto da cuenta de este calvario que terminará con nuestro protagonista en el cadalso.

Sir Tomas Moro

El primer desencuentro tiene lugar con su íntimo amigo el Duque de Norfolk, un influyente miembro del Consejo Real quien intenta, sin éxito, hacerle desistir de su actitud apelando a la profunda amistad que los une; luego, haciéndole saber que, salvo contadas excepciones, la jerarquía eclesiástica se ha sometido a las presiones del monarca, y que, por consiguiente no van a proporcionarle su apoyo, dándole a entender que él mismo está en peligro. Respecto a los miembros de su familia, particularmente Alice, su mujer, que tiene una mentalidad más pragmática, tampoco acaban de comprender su postura.  Entre otras razones, porque la pérdida de su cargo les ha llevado a la miseria. More trata de convencerlos a todos, inútilmente, de que su actitud rebelde no es una mera pose, sino que  obedece a un imperativo ético profundo.

La  subsiguiente escena, una visita protocolaria del embajador español portador de una carta del emperador Carlos, quién como hemos dicho arriba le cree de su parte, revela  las cautelas de More ante cualquier incidente que, por insignificante que parezca, pueda ser usado en su contra en una acusación que presiente cercana. Ante la sorpresa del embajador, se abstiene de abrir la carta en cuestión y aprovecha la presencia coyuntural de su hija Margaret para nombrarla explícitamente como testigo de que la misiva ha permanecido cerrada.  Poco antes, cuando, acerca del alcance de la Ley de Supremacía, su yerno el abogado Richard Roper, sugiere que no es necesario contemplarla en su literalidad, sino  por lo que significa, Thomas replica:

“It will meant what the words say. An oath is made of words! It may be possible to take it or avoid it. Have we a copy of de Bill? (“Significará lo que digan las palabras. Un juramento se enuncia con palabras. Y podemos hacerlo o evitarlo. ¿Tenemos una copia de la ley?)

Pero ni dichas cautelas ni su estrategia de mantenerse en silencio, es decir, de no hacer explícita públicamente su postura le sirven de nada; ha caído en desgracia ante el Rey y es acusado de desacato, desposeído de su fortuna y encarcelado. Las palabras de Cromwell no dejan lugar a dudas sobre cuáles son las intenciones del Rey: “We’ll do wathever’s necesary. The King’s a man of conscience and he wants either sir Thomas More to bless his marriage or sir Thomas More destroyed”. “(… o bendice su matrimonio o ha de ser destruido”). Y todas sus actuaciones futuras estarán encaminadas a satisfacer los deseos reales.

En una jugada maquiavélica, echando mano de falsedades para sembrar la duda en Norfolk acerca de supuestas prácticas corruptas de More durante su época de abogado, Cromwell consigue atraer a su bando al amigo intimo y último protector de Sir Thomas. Ambos encabezarán, junto al recién nombrado arzobispo de Canterbury Thomas Cranmer (abanderado de los clérigos que apoyan la nulidad del matrimonio con Catalina), una comisión que se desplaza a la Torre de Londres, donde está encarcelado More en una última tentativa de doblegar su voluntad; y es que al Rey no le basta con el silencio de More, consciente de la relevancia que éste tiene como personaje público y de la estima y consideración de la que goza entre amplios sectores del clero, de la nobleza y del pueblo llano, quiere a toda costa que éste haga público un el testimonio favorable  a sus pretensiones.

Pese al acoso de los tres comisionados con preguntas capciosas buscando algún desliz del reo, alguna afirmación de dudosa legalidad sobre la que poder montar una acusación de alta traición los comisionados no consiguen sino que More se reafirme más y más en su postura, negándose de nuevo a acatar la Ley de Sucesión que le presentan  (“The Act of Succession”), donde se prescribe que los descendientes de Ana Bolena serán los herederos del Rey:

Cromwell. It is de Act of Succession. These are de names of those who have sworn it (“…estos son los nombres de quienes ya han jurado su acatamiento.”).

More: I have, as you say, seen it before. (Como dices, yo ya la había visto”).

Cromwell: Will you swear to it? (“¿Vas a jurar?”)

More: No.

(…)

Cranmer: Sir Thomas, it states in the preamble that the King’s former marriage, to the lady Catherine, was unlawful, she being previosuly his brother’s wife and the –er- “Pope” having no authority to sanction it. Is that what you deny? (no reply) Is that what you dispute? (No reply) Is that what you are not sure of? (No reply).

Norfolk: Thomas, you insult the King and his council in the person of the Lor Archbishop!

More: I insult no one. I will not take the oath. I will not tell yuo why I will not.

(En resumen, More afirma conocer la ley pero se niega a jurarla y guarda  un elocuente mutismo ante las afirmaciones de Cranmer sobre la ilegalidad del primer matrimonio del Rey).

La situación ha llegado a un punto de no retorno y ya sólo cabe implementar una parodia de juicio por alta traición sustentado en el falso testimonio de un testigo comprado por la acusación, precisamente el joven  y ambicioso Richard Rich, al que poco tiempo atrás More había favorecido con su generosidad. El resultado: la condena a muerte y la ejecución por decapitación.

Antes de que el hacha del verdugo descienda sobre el noble cuello del reo, la pieza todavía nos depara algunos momentos de máxima tensión dramática y oportunidades para  penetrar en lo más profundo de la conciencia de More y descubrir las razones últimas de su conducta. Para no alargar en exceso esta reseña me limitare a transcribir un fragmento de la conversación que mantiene con su hija Margaret en la Torre, horas antes de ser ejecutado. Me parece particularmente revelador de la actitud de un hombre que ha sido amenazado, vejado, acorralado y llevado hasta el extremo de tener que renunciar a lo que constituye la esencia de su individualidad como persona, la única razón de ser de su vida, su honorabilidad, y ese último paso no está dispuesto a darlo, porque entonces no merecería la pena seguir viviendo:

(Roper, también presente en esa entrevista, le pide que “jure” y se evite problemas y cuando More le replica que si esa es la razón por la que han venido, éste le confiesa que sí, que Margaret ha jurado convencerle)

More: That was silly, Meg. How do you come to do that? (“Eso es estúpido, Meg, ¿cómo has hecho eso?

Margaret: I wanted to! (Porque lo deseo.)

More:You want me to swear de Act of Succession? (¿Quieres que yo jure …?)

Margaret: “God more regards the thoughs of the heart than de words of the mouth” or so you’ve always told me. (Dios presta más atención a los pensamientos del corazón que a las palabras ” o eso es lo que me has dicho siempre.)

More: Yes.

Margaret: Then say the words of the oath and in your heart think atherwise. (Entonces, pronuncia las palabras del juramento y no las sientas en tu corazón.)

More: What is an oath then but words we say to God? (¿Qué es un juramento, entonces, sino palabras que dirigimos a Dios?

Margaret: That’s very neat. (Eso es muy simple.)

More: Do you mean it isn’t true? (¿Quieres decir que no es verdad?

Margaret: No, it’s true. (No, es verdad)

More: Then it’s a poor argument to call it ‘neat’, Meg. When a man takes an oath, Meg, he’s holding his own self  in his own hands. Like water (cups hands) and if he open his fingers, then he needn’t hope to find himself again. Son men arn’t capable of this, but i’d be loathe to think yor father one of them. (Entonces resulta un pobre argumento llamarlo ‘fácil’, Meg. Cuando un hombre hace un juramento, Meg, pone su propia identidad en juego.[en sus propias manos] Como agua [formando un receptáculo con sus manos] y si separa los dedos no volverá a encontrarse a sí mismo jamás. Algunos hombres no son capaces de hacer esto, pero  me repugnaría pensar que tu padre es uno de ellos.)

En estas horas funestas en que el flagelo inmisericorde de una pandemia que se niega a replegarse nos golpea con renovada virulencia trayéndonos cada día más dolor y más muerte, la soledad del confinamiento prescrito o voluntario  quizá ofrezca una ocasión propicia para escapar de la vorágine informativa centrada en la actualidad más inmediata, poner distancia con la guerra de datos y la refriega política y reflexionar sobre la ejecutoria de un hombre rebelde -a la manera de Camus-, capaz de enfrentarse a los caprichos y los abusos del poder; de un hombre integro y de conducta intachable, de la estirpe los grandes hombres, “cuyos nombres, como dice Emerson, están grabados en las palabras del idioma, en cuya compañía, nuestros pensamientos y nuestras costumbres se engrandecen; hombres que corrigen el delirio de los espíritus animales, nos hacen considerados y nos inducen a nuevos ideales y hacen más saludable la tierra”.

Gordon Craig. 7-II-2021.

                Un hombre para la eternidad es la traducción del título original de la obra en inglés: A Man For All Seasons, del dramaturgo y guionista británico Robert Bolt. La pieza se estrenó en el Globe Theatre de Londres en  julio de 1960.

Todas las citas corresponde a la edición de ese mismo año, reimpresión de 1973 a cargo de la editorial Heinemann Educational Books Ltd.

                NOTA.- En 1966, con el mismo título y con guión del propio Robert Bolt,  Fred Zinnemann llevó esta pieza teatral al cine con gran éxito de público y crítica.

Acerca de Gordon Craig

Ver también

‘El gran teatro del mundo…’, de Pedro Calderón de la Barca: “/Seremos, yo el Autor, en un instante,/ Tú el teatro, y el hombre el recitante/”

Pródigo en obras, tanto como en años, pues murió a los 81, Calderón, siguiendo los …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.