miércoles , 11 diciembre 2024
Yacimiento arqueológico de Caraca en agosto de 2018. Fotografía de José Luis Solano

Regreso a Caraca: La ruta hacia la ciudad romana perdida en mitad de la Alcarria

Mucho se ha escrito sobre Caraca desde que sabios de la antigüedad como Polibio (siglo II a.C.), Estrabón y Plutarco (siglo I)  o Ptolomeo (siglo II) hicieran mención a la ciudad de los caracenses en sus textos, localizando esta a medio camino entre la conquense Segóbriga (actual Saelices) y Complutum (Alcalá de Henares) en la vía que unía esta urbe con el principal puerto de mar de la Hispania romana, situado en Cartago Nova (Cartagena).

Crónica y fotografías de José Luis Solano Provencio

En el mismo lugar que los autores mencionados ubicaban la ciudad de Caraca lo hacían tanto el Itinerario de Antonino (siglo III) como la Tabula Peutingeriana, (posterior al siglo IV) , auténticos mapas de las carreteras del Imperio Romano en los que, sin lugar a dudas, se documentó el autor del Anónimo de Rávena en el siglo VII para describir todo el mundo conocido hasta el momento, incluida Caraca. Pero cuando se redactó la citada descripción esta ciudad ya no era más que un montón de ruinas.

Lo que habría sido el primer núcleo poblacional de la provincia de Guadalajara con entidad jurídica de ciudad  llevaba despoblado más de cinco siglos y, a pesar de las referencias documentales citadas, pasaba de ser un magnífico ejemplo urbanístico de la cultura hispanorromana  a comenzar a convertirse para muchos en una leyenda de la antigüedad, un vago recuerdo que apenas se vislumbraba entre las sombras de la Alta Edad Media.

No obstante, el Renacimiento y su afán por imitar la cultura clásica grecolatina supo avivar el interés por la antigua urbe, de cuya ubicación ya solo se tenían unos pocos datos y demasiadas confusas nociones.

Diversos eruditos del Humanismo escribieron sobre Caraca pero, contrariamente a los textos redactados siglos atrás que ubicaban este centro urbano en un punto concreto, las nuevas aportaciones documentales cada vez iban dispersando más las posibles localizaciones de la ciudad.

Hasta tal punto cundió la desinformación que incluso el historiador del siglo XVI Ambrosio de Morales llegó a la conclusión de que la ciudad de Caraca había estado ubicada donde actualmente se encuentra la de Guadalajara por lo que, según sus tesis, la una habría sido el núcleo fundacional de la otra.

Se ignora en qué fuentes se basó Morales para llegar a tal conclusión pero lo cierto es que el malentendido se mantuvo vigente prácticamente hasta la época contemporánea.

Con la llegada del pasado siglo el afán de conocimiento vino emparejado de un avance en las técnicas de investigación y análisis de datos que, en el caso de Caraca, consiguió  acotar el área donde podrían encontrarse sus ruinas.

No obstante aún existía disparidad de pareceres, algunos de los cuales defendían que lo que quedaba de la ciudad podría hallarse en Carabaña o Chinchón mientras que otros afirmaban que habrían de encontrarse en Perales de Tajuña o incluso Córcoles.

El suceso que terminaría dirmiendo el debate fue el hallazgo del Tesoro de Driebes.

Y es que en 1945, durante la excavación del canal de Estremera en las proximidades del driebeño  cerro de la Virgen de la Muela, se halló un tesoro compuesto por unos 14 Kg de piezas de orfebrería realizadas en plata el cual constituía una pista más a seguir para la localización de la antigua urbe romana de Caraca.

https://youtu.be/QuP4Pksb3O4

Vídeo cedido a EL HERALDO DEL HENARES por Alcarria TV

Cierto es que el Tesoro de Driebes no es romano sino carpetano, dado que data de la época en que la zona donde se encontró estaba poblada por tribus de carpesios, de origen céltico.

Pero el haber sido encontrado próximo a Driebes hace intuir la presencia allí de asentamientos locales de época  prerromana, los cuales habrían tenido cierto nivel desarrollo y con toda seguridad habrían servido como base al nuevo establecimiento romano.

Volviendo a Caraca, dejábamos nuestra búsqueda pendiente de una pista que había surgido de manera fortuita y que circunscribía la posible ubicación de la ciudad a un área muy concreta.

Así lo consideraron hace tres décadas los profesores Jorge Sánchez-Lafuente y Juan Manuel Abascal, arqueólogos que, tras investigar el área en cuestión, encontraron  que la zona estaba literalmente sembrada de fragmentos de cerámica de la época hispanorromana.

También halló una enorme cantidad de piedra tallada que, o bien se había retirada para hacer cultivable el cerro dela Virgen de la Muela o se había reutilizado en el siglo XVI para la construcción de la ermita que allí existió y de la cual tan solo quedan ruinas a día de hoy.

Los resultados de sus investigaciones las publicaron Sánchez-Lafuente y Abascal en un interesante informe, que viene a constatar que, casi con toda seguridad, el subsuelo del  cerro esconde la solución al enigma en que ya se había convertido la ubicación exacta de Caraca.

Solo era cuestión de encontrar pruebas de  la suficiente  contundencia  como para respaldar la afirmación de que la primera ciudad que existió en nuestra provincia había sido por fin encontrada.

Fueron los investigadores Emilio Gamo y Javier Fernández quienes decidieron emprender la búsqueda de esas pruebas por lo que en 2016 llegaron al cerro de la Virgen de la Muela con la intención de peinarlo haciendo uso de un georradar, el cual aportó una imagen tridimensional de las estructuras pétreas que se encontraban tan solo a un metro de profundidad por debajo del rastrojo del cerro.

La imagen aérea que del propio rastrojo también aportó datos sorprendentes.

Y es que las fotografías tomadas desde un dron mostraban claramente una retícula dibujada por la vegetación de la zona en su crecimiento diferencial.

Tal término es el que en las investigaciones arqueológicas se aplica a zonas en que, por tener un subsuelo con estructuras de piedra, la vegetación hunde menos sus raíces en determinadas partes, dibujando el exiguo crecimiento de las plantas  un calco del subsuelo.

De ese modo, muros, calles o calzadas enterradas, se pueden intuir claramente con solo observar el modo en que sobre ellas crecen los cultivos.

Desde determinados puntos del cerro de la Virgen de la Muela se aprecia claramente el citado crecimiento diferencial a simple vista pero, desde la perspectiva general que ofreció la fotografía  aérea, lo que se ve es el plano de una ciudad.

Calles principales y secundarias, manzanas de casas, edificios de mayor entidad… Todo aparece asombrosamente claro en  la fotografía del dron y todo lleva a concluir que los trazos que la vegetación dibuja muestran la planta típica de una ciudad de la Hispania romana.

Una de las características de estas ciudades era el hecho de que su planteamiento urbanístico se reproducía reiteradamente con un mismo patrón básico.

Dicho patrón articulaba las poblaciones en torno a dos calles principales, el cardo y el decumano, que corrían perpendicularmente de norte a sur y de este a oeste, justificando en su intersección un núcleo en el cual se situaba centro administrativo y cultural de la comunidad o foro. En torno al foro, se tendía  una cuadrícula de calles más estrechas y manzanas de viviendas.

Además de esta planificación tan característica como reconocible, la ciudad romana,   cuando era considerada como tal, solía estar provista de un  macellum o mercado cubierto, unas termas donde los ciudadanos de mayor rango socializaban, un sistema de drenaje de aguas fecales y, en caso de ser necesario, un sistema de abastecimiento de agua potable.

Lo que parecen ser vestigios de todo ello los podemos encontrar en las proximidades de Driebes, tal y como se puede extraer de los resultados de las investigaciones  que Gamo y Fernández realizaron en la zona en 2016.

Para corroborar la existencia de dichos vestigios aportando pruebas materiales es para lo que ambos investigadores regresaron el verano de 2017 al cerro de La Virgen de la Muela como codirectores de una excavación arqueológica que pretendía sacar a la luz algunos de los restos de una ciudad romana de mediano tamaño.

Entre estos restos, Gamo y Fernández, además, trataron de localizar las evidencias que demuestran que las calles principales de dicha ciudad estaban provistas de unos acanalamientos que serían los encargados de drenar el aqua caduca o aguas fecales, lo cual respaldaría la idea de que el núcleo urbano que allí existió fue de cierta importancia.

De igual modo la respaldaría el hallazgo de restos del macellum y de las termas cuyos supuestos perfiles parecen  dibujarse en la imagen tridimensional que aportó el georradar.

Sin embargo las ruinas de dichas infraestructuras no fueron excavadas en la campaña del pasado año, al contrario que el acueducto que sí fue objeto de investigación.

Pero al hablar  del acueducto  de  Driebes considero  fundamental  puntualizar que quien se acerque a aquella localidad esperando  encontrar la espectacularidad de conducciones hídricas como las de Segovia o Nimes probablemente  se verá defraudado.

Al hablar de acueducto, romano o contemporáneo, hay que tener en cuenta que se está haciendo referencia a una conducción de agua potable que igualmente puede estar horadada en el que subsuelo, suspendida sobre arquerías, excavada a ras de tierra o incluso valerse de todos estos métodos constructivos para favorecer una pendiente que permita el flujo del líquido.

En el caso del cerro de la Virgen de la Muela, no existe un acueducto de espectaculares proporciones y monumental factura, sino 112 metros de restos de una canalización, que recogía agua en el manantial de Lucos y la conducía durante 3 Km hasta la ciudad.

Se estima que la conducción vertía algo más de 100.000 litros de agua al día, la cual probablemente se destinaba a proveer fuentes y quizás también regadíos.

La obra estaba realizada a base de opus caementicum, nombre latino del hormigón, y en los restos de la misma se puede comprobar que son de idénticas características a las del acueducto existente en las ruinas romanas de la ciudad de Segóbriga.

Tenemos, pues, casi todos los ingredientes que muestran que en el término municipal de Driebes se encuentran las ruinas de un establecimiento romano de  entre 8 y 12 hectáreas de extensión que seguramente albergó entre 1500  y 1800 habitantes  y que disfrutó de toda la cultura, infraestructuras y servicios que caracterizaban a un municipium, segunda categoría en el orden de importancia de las ciudades romanas.

Pero, ¿qué empujó al Senatus Populus Que Romanus a fundar un municipium en las cercanías de Driebes? Probablemente diversas razones.

En primer lugar hay que tener en cuenta el valor estratégico del cerro de la Virgen de la Muela, el cual es una formidable atalaya desde donde poder detectar posibles incursiones enemigas que cuestionaran la estabilidad de la zona.

Por otra parte hay que recordar que el cerro se asoma al río Tajo como un balcón desde el que controlar la productividad de la vega, la cual probablemente se dedicó en la época romana al cultivo de plantas medicinales y de esparto y a su posterior procesamiento para la realización de jarcias y otras mercaderías que, casi con toda seguridad, acabarían en Cartago Nova.

Pero la tesela que completa el mosaico de razones que justificarían la fundación de una ciudad romana en las proximidades de Driebes es autóctona, y fue llamada por los propios romanos lapis especularis.

Este mineral, también llamado Espejuelo, es una suerte de yeso cristalizado que se puede encontrar en abundancia en las proximidades de Driebes.

Se da la circunstancia de que el Espejuelo era muy valorado en la antigua Roma dado que  su aspecto traslúcido y blanquecino lo hacía muy apto para la fabricación de ventanas acristaladas.

De hecho, el escritor y naturalista del siglo I Plinio el Viejo, en su Naturalis Historia describe como se realizaba la extracción del lapis especularis desde el subsuelo y como incluso, una vez en la superficie, la piedra podía cortarse en finas capas haciendo uso de un serrucho.

Pero, sin lugar a dudas, lo más sorprendente de la narración de este autor clásico es la localización geográfica de los yacimientos de lapis especularis puesto que afirma que, aunque se podía encontrar en Chipre, Sicilia y Capadocia, el de mayor calidad era el extraído en Hispania, “en minas que se encuentran a unos 100.000 pasos de la ciudad de Segóbriga”

Ni que decir tiene que todo apunta a que la ciudad que en Driebes aguarda a ser sacada a la luz probablemente basó su actividad comercial en la explotación de las minas de Espejuelo durante la Roma imperial, que el mineral extraído era conducido hasta Cartago Nova por la vía que transcurre próxima a las minas y que desde el puerto hispano era embarcado con destino a la capital del imperio, donde sería usado para vestir las ventanas de palacios y villas.

El lapis especularis se ha convertido de ese modo en la piedra angular en torno a la cual se articula la existencia de un núcleo urbano hispanorromano que, visto lo visto en la documentación descrita, bien podría tratarse de Caraca.

Pero, paradójicamente, también fue el lapis especularis el responsable indirecto de la despoblación de la ciudad y su posterior desaparción.

Y es que, en su hedónico afán de refinamiento y boato, Roma acabaría por renunciar al uso del valioso mineral en el siglo II para comenzar a dar paso  a una incipiente industria del vidrio.

Como no podía ser de otro modo, la falta de demanda habría condenado al olvido las excelencias del mineral extraído a orillas del Tajo y el complejo comercial y minero existente en la zona se habría ido disgregando poco a poco hasta su total desaparición.

La ciudad se  despobló en el siglo II convirtiéndose en un lugar que nadie volvería a habitar.

Por otra parte, el deterioro del poder Romano que traería la decadencia y caída del Imperio de Occidente estaba, como aquel que dice, a la vuelta de la esquina.

Europa no sospechaba que pronto le tocaría a afrontar un periodo en el que el ora et labora no dejaría tiempo para recordar pretéritas grandezas, y mucho menos para evitar que los restos del pasado fuesen poco a poco hundiéndose en la tierra y el olvido.

Por fortuna, actuaciones como las que se están realizando las últimas décadas en Driebes contribuyen a rescatar aquellos testigos de la circunstancia  histórica imperante en sociedades pasadas que son las ciudades.

Dichos testigos abandonan su mutismo en el momento en que empiezan a aportar un sin fin de datos que han de ser ser tratados con el rigor y la cautela con que todo proyecto historiográfico ha de ser emprendido.

Por eso solo nos queda esperar a que el trabajo de estudio y catalogación de los materiales encontrados en el cerro de la Virgen de la Muela de su fruto en forma de  publicaciones de carácter científico que nos permita afirmar que la esquiva ciudad de Caraca ha sido, por fin, encontrada  después de siglos de incertidumbre.

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