sábado , 4 mayo 2024

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara: ‘La gran esperanza’

En nuestros días, muchos hermanos han perdido la esperanza en el presente y en el futuro, o tienen una esperanza muy debilitada. Con frecuencia, podemos constatar que hay personas que ya no esperan nada de Dios porque no le conocen, y que tampoco esperan nada de sus semejantes porque experimentan el abandono y el olvido.

Constatamos, además, que bastantes hermanos, durante su peregrinación por este mundo, tienen muchas y variadas esperanzas, que son diferentes en la niñez, en la juventud o en la edad adulta. Sin embargo, cuando estas esperanzas se van cumpliendo total o parcialmente, el ser humano percibe que no lo eran todo, pues sigue experimentando el vacío interior o la necesidad de buscar nuevas esperanzas que satisfagan su existencia y que vayan más allá de lo ya conseguido.

De acuerdo con estas experiencias, que afectan a todos los seres humanos, parece evidente que estos no se conforman con estas esperanzas transitorias y finitas. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, solo puede satisfacer sus esperanzas con algo infinito, algo que siempre será más grande de lo que el ser humano pueda alcanzar con sus esfuerzos y capacidades.

Ciertamente, toda persona necesita una esperanza más grande o pequeña, que le ayude cada día a recorrer el camino. Pero, sin la gran esperanza, que ha de superar y fundamentar todas las demás esperanzas, aquellas no bastan. Esta gran esperanza solo puede ser Dios y la contemplación de su infinita bondad. Solamente si nos abrimos al Dios, que ha querido hacerse hombre para compartir nuestra existencia, que nos ha amado hasta el extremo, abriéndonos con su muerte y resurrección la posibilidad de participar de su misma vida, podremos conseguir aquello que no podemos alcanzar con nuestros esfuerzos o con la ayuda de nuestros semejantes.

A lo largo de la vida pedimos al Señor la plena realización de su Reino, pero ese Reino ya está presente allí donde Dios es amado y su amor nos alcanza. Solo el amor de Dios nos concede la posibilidad de perseverar cada día sin perder el impulso de la esperanza, asumiendo la realidad de un mundo que, por su naturaleza, es imperfecto. Este amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, es la garantía de que existe aquello que nosotros buscamos a tientas y que, sin embargo, esperamos en lo más profundo de nuestro corazón: la vida que es realmente vida.

Atilano Rodríguez

Para aprender a vivir con esta esperanza, necesitamos vivir y celebrar el encuentro con Dios en la oración. En la relación personal con Dios y en la meditación de sus enseñanzas, podemos descubrir que, cuando nadie nos escucha, Dios nos escucha y permanece fiel. Cuando no podemos pedir la ayuda de nadie para afrontar los problemas que superan las capacidades humanas, Dios siempre puede ayudarnos y está dispuesto a hacerlo.

Con mi cordial saludo y bendición, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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