La pandemia provocada por la covid-19 está sembrando desconcierto, miedo, dificultades económicas y profundo sufrimiento en todos los países del mundo. Pero, también, nos está ayudando a descubrir la necesidad que todos tenemos de la ayuda de nuestros semejantes para hacer frente a las propias limitaciones y carencias.
Los contagiados por el virus han sido y son, sin duda, los que peor lo están pasando en estos momentos. Además de experimentar los efectos dañinos de la infección del coronavirus, están viviendo una profunda soledad como consecuencia del aislamiento. Aunque reciban una buena atención y acompañamiento de los agentes sanitarios, no pueden experimentar la cercanía y el cariño de sus familiares y amigos.
Cuando aún sufrimos los efectos de la pandemia, el día 11 de febrero celebrábamos la XXX Jornada Mundial del Enfermo. Instituida por San Juan Pablo II, esta Jornada está ayudando a muchos creyentes y personas de buena voluntad a tomar conciencia de la necesidad de estar cerca de los enfermos y de sus familiares para escucharles, acompañarles y prestarles la atención sanitaria y espiritual que necesitan.
Los cristianos, al acercarnos a los enfermos, hemos de contemplar siempre los comportamientos de Jesús que, durante los años de su vida pública, encarnó y dio testimonio del amor misericordioso del Padre. La misericordia, que es el nombre de Dios, se manifiesta y se concreta en la cercanía, escucha y poder de curación por parte de Jesús de las dolencias físicas y espirituales de los enfermos.
Los apóstoles y los primeros discípulos serán enviados por el Maestro para anunciar el Evangelio y para dar testimonio de la llegada del Reino, mediante la atención y curación de los enfermos y marginados de la sociedad. Los cristianos, imitando a Jesús, hemos de ser auténticos testigos de la caridad, tocando su carne sufriente en los enfermos para derramar sobre sus heridas el aceite de la consolación y el vino de la esperanza.
Aunque en muchos casos no sea posible devolver la salud física al enfermo, siempre será posible escuchar, cuidar, consolar y orar por él. Por eso, hemos de vivir en todo momento con la convicción de que el enfermo es siempre más importante que su enfermedad y, por tanto, toda relación con el paciente no puede olvidar nunca la escucha y el consuelo, mostrándole así nuestra cercanía e interés por sus problemas.
En una sociedad, en la que está muy difundida la cultura del descarte y el olvido de los problemas de los demás, los cristianos debemos asumir que la atención humana y espiritual a los enfermos no es cuestión de unos pocos especialistas. La visita y la cercanía a los enfermos es una recomendación de Jesús a todos sus discípulos.
Con mi bendición para los enfermos y sanitarios, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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