viernes , 29 marzo 2024

‘Pieces of a woman’, de Kata Wéber: “Conmovedora radiografía del dolor»

Estrenada en 2018 en Varsovia, y con una premiada versión cinematográfica de por medio (película de 2020, dirigida también por el húngaro Kornél Mundruczó, con guión de la propia Kata Wéber y papel estelar para la actriz Vanessa Kirby) llega al teatro María Guerrero, en cuatro únicas sesiones y con el mismo elenco del estreno, Pieces of a woman, un crudo e incisivo análisis de la respuesta psicológica de una mujer que ha pasado por la experiencia traumática de la pérdida de un bebé a los pocos instantes de su alumbramiento.

Con ingredientes tomados del entorno más inmediato de la autora, (el duro proceso entablado por malas prácticas contra una matrona de asistencia domiciliaria, enmarcado, a su vez, en la controversia que existe en la Hungría actual entre los partidarios de dar a luz en casa frente a los defensores de la asistencia hospitalaria) Kata Wéber construye una trama que sobrepasa los estrechos límites de la anécdota para crear un personaje universal de enorme complejidad y hondura psicológicas y dotado de un halo trágico comparable al de las grandes heroínas del moderno teatro occidental llámense estas Yerma, Adela, Blanche Du Bois, la señorita Julia o la mismísima Nora Helmer.

La pieza (“piezas” sugiere el título, como si de dos obras sobre la mujer se tratara, porque, en efecto, la obra la conforman dos partes claramente diferenciadas una de la otra y separadas entre sí por un largo lapso de tiempo) es una muestra consumada de carpintería teatral. Amén de esa estructuración bimembre a la que hemos aludido, plenamente justificada en función de las necesidades de la trama, cada escena por separado, tanto en aquellas en las que participan dos o tres personajes (como la de Zuzanna y Lars en el cuarto de baño, la de Maja bajo la ducha exteriorizando su dolor a través de su ranita de guiñol, o la de las dos hermanas, con sus cintas de gimnasia rítmica, en una soberbia coreografía de La felicitá, de Albano), como en las más corales con todos los miembros del elenco en escena, todas ellas, como digo, están diseñadas con una meticulosidad y un tacto exquisitos para que las diversas líneas de conflicto dispongan de adecuados cauces de expresión.

Pero vayamos por partes. El primer acto dramatiza los prolegómenos y el parto de Maja asistida en su propio domicilio por una comadrona inexperta y por su marido, Lars, no menos irresoluto y desmañado. Acorde con la poética hiperrealista en que está codificada la puesta en escena, toda la secuencia del parto -desde las primeras contracciones, la minuciosa exploración de la partera hasta el momento mismo del alumbramiento-, grabada en video con todo lujo de detalles es reproducida simultáneamente y proyectada a gran escala sobre los paramentos del decorado que delimitan el espacio interior donde tiene lugar realmente la acción: salón, cuarto de baño y alcoba de la pareja. La superposición del espacio real, físico, a las imágenes proyectadas a base de primerísimos planos, gritos, jadeos, derramamiento de fluidos y titubeos de la matrona someten al espectador a una intensa experiencia inmersiva que nos prepara para poder participar -tras la angustiosa espera, y cuando por fin oímos el llanto del bebé- de esa especialísima e intensa conexión emocional que se establece entre la madre y el niño, con ambos progenitores abrazados, sudorosos y riendo entre lágrimas. Luego el fatal, el repentino e ineluctable desenlace, el grito, el anonadamiento y el vacío.

La acción se reanuda seis meses después, en la casa familiar. A la vista del público unos operarios recomponen el decorado a las órdenes de la Madre, casualmente una adicta al “home staging”, mientras van llegando los invitados a la cena: Zuzanna, Monika y Wojciech, Jana y Lars. Y podemos decir, para simplificar que la velada se desarrolla como una típica reunión familiar en la que los tópicos habituales de la conversación en estos casos van dejando paso a las indirectas, a las alusiones veladas, a las invectivas y a los reproches, convirtiendo la cena en un verdadero ajuste de cuentas en el que no queda libre ningún miembro de la familia. Con todo, cuando la tensión llega a su punto culminante es cuando toca hablar de un tema que hasta ese momento parecía tabú: la situación anímica de Maja y sobre cuál es el mejor modo de enfrentarse a una experiencia tan devastadora. Todos parecen tener algo que decir al respecto, pero su actitud denota una absoluta falta de empatía y sus consejos son pura palabrería, cháchara vacua, empezando por la frialdad glacial y el cinismo de su madre y de su prima Zuzanna, para quienes todo consuelo se cifra en interponer una demanda millonaria contra la matrona y terminando por su propio marido, Lars, que, menos maduro de lo que aparenta, parece haber declinado enfrentarse a la cruda y dolorosa realidad y busca consuelo en el vodka, emborrachándose e insolentándose con los presentes. Y Maja, desolada, rodeada de incomprensión y de una rara atmósfera acusatoria que parece culpabilizarla por algo nefando viene a constatar lo terriblemente sola que se encuentra, lo terriblemente solas que pueden llegar a estar las mujeres en estas circunstancias.

En una escena deslumbrante, en la que la madre exhibe sin pudor la cara más despótica e intolerante de su personalidad, Maja saca toda su rabia y toda su ira contenida, para lamentarse de su frialdad y de su incomprensión; con la voz quebrada por la emoción recuerda haberse sentido abandonada, sometida a los rigores de una educación severa, y sobre todo, se rebela contra esa sombra de culpa que quiere extender su madre sobre un hecho fortuito, sombra que se extiende como una atmósfera pestilente, irrespirable, ahogándola y dejándola a solas con su dolor. “Lo veregonzoso -le espeta- no es haberla perdido, lo vergonzoso sería no haberla querido”. “Mi niña ha muerto, sí, y eso parece que va contra el orden natural de las cosas, pero nosotros estamos aquí, y -añade con tono conciliatorio- eso es bueno”. Y, desafiante reconoce su pérdida, pero no está dispuesta a que su vida se detenga. Entonces comprendemos que aunque Maja está lejos de haber superado lo ocurrido, no está derrotada y vemos su fuerza y su determinación para seguir adelante.

Toda esta rara sensación de verdad que emana del escenario dejándote literalmente clavado a la butaca, el profundo impacto estético y emocional de muchas escenas, el ritmo de la acción dramática que se desarrolla como ya hemos dicho, por sus pasos contados y sometida a un estudiado juego de contrastes, con escenas de alto voltaje matizadas por el humor y una fina ironía chejovianas alternado con escenas más distendidas y luminosas en las que parece percibirse un rayo de esperanza para el alma torturada de Maja, todo ello digo, no sería posible sin la excelente puesta en escena y ambientación, técnicamente irreprochable; sin una rigurosa y efectiva dirección de escena y, por supuesto sin el oficio, talento y entrega del conjunto de los actores, en particular el de Justyna Wasilewska en el papel protagonista, un trabajo portentoso por su contención, su intensidad y su riqueza de matices y de hallazgos expresivos.

Gordon Craig, 19-XII-2022

Ficha técnico artística:

Autora: Kata Wéber.

Con: Dobromir Dymecki, Monika Frajczyk, Magdalena Kuta, Sebastian Pawlak, Justyna Wasilewska y Agnieszka Zulewska.

Escenografía y vestuario: Monika Pormale.

Iluminación: Paulina Góral.

Música: Asher Goldschmidt.

TR Warszawa. Dirección: Kornél Mundruczó.

Madrid, Teatro María Guerrero. 15 -18 de diciembre.

Acerca de Gordon Craig

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