martes , 7 mayo 2024

‘Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio’, de Rakel Camacho y David Testal: “Historia de una superación personal”

La obra que comentamos se inspira en la vida de la escritora, conferenciante y activista política sordo-ciega norteamericana Hellen Keller. Nacida en una pequeña ciudad del estado de Alabama en el seno de una familia pudiente, a la edad de 19 meses y como consecuencia de una grave enfermedad, Hellen sufrió la pérdida total de la vista y de la audición lo que interrumpió bruscamente su proceso de desarrollo mental, de apropiación del lenguaje, y por ende la posibilidad de comunicarse normalmente con su entorno y de elaborar un constructo conceptual y emocional apropiado del mismo.

Sumida en un mundo caótico de sensaciones inconexas proporcionadas por los restantes sentidos, sobre todo por el tacto, e ignorada prácticamente por su familia como si fuera un caso perdido los primeros siete años de su existencia transcurrieron entre la frustración y el desaliento viniendo a desarrollar un carácter osco y un comportamiento violento, semisalvaje, hasta la aparición en su vida de la intérprete y pedagoga Ana Sullivan.

Apoyada por dicha profesora, que se ha ganado paciente y trabajosamente su confianza, Hellen tiene que reiniciar el camino del aprendizaje para conceptualizar los códigos del lenguaje, un aprendizaje en cuyos rudimentos, según parece, tuvo tiempo de iniciarse antes de caer en la “total oscuridad” de su mundo interior. En primer lugar tiene que comprender que los signos corresponden a las cosas, es decir, la relación simbólica que existe entre las palabras y los objetos, las palabras y las emociones, las palabras y los conceptos, que conducen a la formación y desarrollo del lenguaje y del pensamiento. Luego vendría el aprendizaje del Braille y la lectura, y del lenguaje gestual destinado a los sordos y por fin el trabajoso dominio del lenguaje hablado. Y una larga carrera de escritora y activista…

He ahí el sustrato sobre el que se construye el montaje: la sugestiva historia de un proceloso viaje de la oscuridad a la luz preñado de escollos y de fracasos pero también de triunfos y de alegrías; una historia sobre la naturaleza de los límites del ser humano y sobre la voluntad de superación.

Pero lo que prometía convertirse en una inmersión en el rico mundo interior y en la personalidad de estas dos mujeres excepcionales, en una búsqueda de las claves  de la fecunda e íntima relación emocional que se establece entre ambas, embarcadas en la ardua y encomiable tarea de superar unas dificultades casi insalvables de aprendizaje y comunicación (dadas las enormes limitaciones de Hellen), pero sobre todo, por ir a algo más concreto, en una exploración minuciosa y pormenorizada del universo sensorial de la niña y de su extraordinaria sensibilidad táctil gracias a la cual fue posible el prodigio, ese objetivo, como digo, se relega a segundo término, a mero referente, contrapunto o telón de fondo sobre el que proyectar las secuencias de un parecido viaje de descubrimiento esta vez protagonizado por dos mujeres de nuestro tiempo Eva y Esther, con sus propios condicionantes y limitaciones, ayudándose mutuamente -esta vez los papeles son intercambiables- a reconocerse y a penetrar en la realidad de su entorno vital, que es el nuestro,  a descubrir sus emociones, a dar forma a sus deseos con la misma o parecida energía y afán de superación.

Rakel Camacho y David Testal, autores del texto, se limitan a parasitar la historia original. Con paralelismos y concomitancias evidentes: ambas mujeres parecen vivir -como Helen antes de su toma de conciencia de la realidad- en una especie de sueño nebuloso; para ambas, también, el pensamiento es algo vago e inconsistente, una suerte de estado de anarquía antes de esa toma de conciencia;  ambas fían el éxito de la empresa al amor, a la generosidad, a la confianza y a la abnegación, …, este “nuevo viaje hacia la luz” que han ideado es más errático y confuso que el modelo, se pierde en consideraciones generales sobre el origen del universo y el surgimiento de la vida en la tierra, la sensorialidad de las plantas, …; nos atosiga con una plétora de estímulos visuales y sonoros redundantes, entre los que se diluye el objetivo principal, establecido en el título mismo de la obra, el de dejar vibrar a los cuerpos y llevar adelante por medio del lenguaje gestual, táctil, -territorio privilegiado del teatro- una exploración a fondo de la exuberante y prodigiosa sensorialidad humana.

Solo ocasionalmente la acción que se desarrolla en el escenario suscita la profunda emoción que sugerían las palabras que dejó escritas Hellen Keller recordando sus experiencias: por ejemplo, lo que supuso para ella el trabar conocimiento con su maestra: “Y desde la montaña sagrada escuché una voz que decía: el saber es amor, luz, visión”. O a raíz de su comprensión de la primera palabra: “De golpe, el misterio del lenguaje me fue revelado”. Pero el dominio al que señalan estas palabras sobre las manos prodigiosas de su mentora y sobre las percepciones asociadas a su tacto: “En sus dedos las palabras sonaban, tañían, danzaban, zumbaban, tamborileaban. (…) Ella hacía nacer en mi pensamiento el carácter sensible, audible de cada objeto de los que tocaba poniéndome en contacto perceptivo con todo aquello que podemos entender o sentir: la calma de un día de otoño bañado por el sol, el canto de los pájaros, la furia de las tormentas, el zumbido de los insectos o el murmullo de las hojas secas arrastradas por el viento…  todo ese territorio permanece prácticamente inexplorado.

José Luis Raymond, responsable del espacio escénico, tampoco parece haber tenido su mejor tarde. Sí, era imprescindible la presencia de la tierra y del agua en escena, sobre todo del agua, toda vez que es a partir de esta primera asociación de significante y significado ( A-G-U-A / ”agua”) como se inicia todo el proceso de conceptualización de Hellen, pero quizá no era necesaria tanta profusión de imágenes o ese recipiente-armatoste recorriendo el escenario y abriéndose camino trabajosamente por entre una madeja de cables de la miríada de lámparas (¡de pié!) que le cierran el paso y poniendo a las actrices en serio riesgo de electrocutarse.

Gordon Craig, 26-X -2021.

Ficha técnico artística:

Autores: Rakel Camacho y David Testal.

Idea original: Eva Rufo.

Con: Eva Rufo y Esther Ortega.

Espacio escénico: José Luis Raymond.

Música y espacio sonoro: Miguel Gil.

Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 23 y 24 de octubre.

Acerca de Gordon Craig

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