viernes , 3 mayo 2024

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara: ‘Un corazón purificado y ensanchado’

El papa Benedicto XVI, en su encíclica “Salvados en esperanza”, cita un comentario de san Agustín a la primera carta del evangelista san Juan y define la oración como un ejercicio del deseo. La persona, creada a imagen y semejanza de Dios, solo en Él puede encontrar respuestas definitivas a sus preguntas y experimentar la verdadera felicidad. Pero, el corazón humano es muy pequeño para acoger la gran realidad que se le entrega.

Esto quiere decir que, para acoger a Dios, el corazón humano tiene que ser ensanchado para hacerlo capaz de recibir su don. San Agustín, para mostrar cómo debe realizarse este ensanchamiento y preparación del corazón de la persona, utiliza una bella imagen. Dice él: “Imagínate que Dios quiere llenarte de miel (símbolo de la ternura y bondad de Dios); si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?”.

El corazón, para acoger la miel, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado para librarlo del vinagre y de su sabor. Esto, además de exigir esfuerzo, es doloroso, pero solo así se consigue la capacitación para dejarnos alcanzar por Aquel a quien estamos destinados. Mediante esta liberación del vinagre y de su sabor, el hombre no solo se hace libre para Dios, sino que puede abrirse también a los demás. Solo convirtiéndonos en hijos de Dios podemos estar y relacionarnos con nuestro Padre (Ss. 33).

La oración, por lo tanto, no significa un alejamiento o huida de la historia, pretendiendo buscar la felicidad aislados de nuestros semejantes. La oración exige ese proceso de purificación de nuestra mente y de nuestro corazón que nos capacita para abrirnos a Dios y que nos brinda también la posibilidad de acoger y de amar a nuestros semejantes.

En la oración, por tanto, no podemos pedir a Dios cosas superficiales ni aquellas pequeñas esperanzas que nos alejan de Él. Para librarnos de las mentiras, con las que nos engañamos frecuentemente a nosotros mismos, hemos de purificar nuestros deseos y esperanzas. Cuando en la oración se produce el verdadero encuentro con Dios, se despierta también nuestra conciencia para que no vayamos por la vida justificándonos a nosotros mismos y buscando la realización de nuestros deseos.

Atilano Rodríguez

Ahora bien, para que la oración produzca esta purificación interior, tiene que ser una verdadera confrontación de mi yo con el Dios vivo y ha de estar siempre iluminada, acompañada y guiada por las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos, así como por la oración litúrgica en la que el Señor siempre nos enseña a rezar correctamente. De este modo, podremos convertirnos en testigos de la gran esperanza para nuestros semejantes, puesto que la vivencia de la esperanza cristiana es siempre esperanza para los demás y mantiene el mundo siempre abierto a Dios, en quien el ser humano pude descansar y superar las inquietudes que solo Él puede colmar y saciar.

Con mi bendición, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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