El Heraldo del Henares
Todos los cristianos, por el sacramento del bautismo, somos llamados a ser discípulos misioneros. Jesucristo, mediante la acción del Espíritu Santo, es siempre quien nos llama y envía para que no dejemos nunca de evangelizar: “El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera” (EG 266).
Dios, que siempre nos ama primero, viene a nuestro encuentro y nos invita a salir de nosotros mismos y a superar nuestro egoísmo por amor a Él y a los hermanos para anunciar su salvación hasta los confines de la tierra. Como nos dice el papa Francisco en el mensaje para el DOMUND: “la misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo”.
En la Iglesia, constituida por discípulos misioneros, algunos son llamados por Dios a dejarlo todo para ser testigos de su amor y salvación lejos de su familia y de su tierra. Los once mil misioneros españoles, que en la actualidad comparten sus gozos y sufrimientos con los hermanos de otras razas y culturas, son un auténtico testimonio de entrega evangélica, de amor a Jesucristo y de fidelidad a la vocación recibida.
Aunque experimentan cada día la alegría del Evangelio, también sufren el cansancio, la incomprensión y, en ocasiones, la persecución por su fidelidad al Evangelio. Para afrontar estos obstáculos con esperanza y con entusiasmo renovado, los misioneros, como los demás bautizados, necesitamos escuchar cada día en el silencio de la oración la llamada del Señor, que nos pregunta “a quién voy a enviar”, para responderla con la confianza y la valentía del primer día: “Aquí estoy, envíame” (Is 6, 8).
Pero, además, aquellos hermanos nuestros, sacerdotes, religiosos y cristianos laicos, que un día salieron para territorios de misión, necesitan y esperan nuestro afecto y reconocimiento, así como nuestra oración y colaboración económica. Con la colaboración en la colecta del DOMUND que, Dios mediante, celebraremos el próximo día 18 de octubre, podemos ayudar a todas las diócesis misioneras.
Aunque nuestra aportación sea pequeña, no dejemos de hacerla. Es la expresión de
nuestro amor a los misioneros y de nuestro deseo de que el Evangelio llegue hasta los confines de la tierra. Gracias a la colaboración de muchos cristianos y personas de buena voluntad, estamos haciendo posible que los misioneros puedan llevar a cabo proyectos pastorales, educativos y sociales en favor de los hermanos más necesitados.
En este año marcado por los sufrimientos y la muerte de tantas personas, todos experimentamos la vulnerabilidad y la limitación de la condición humana. En este contexto, la llamada a la misión es una oportunidad para renovar nuestra vocación misionera y para compartir, servir e interceder por los misioneros y sus comunidades.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del DOMUND.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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